jueves, 30 de octubre de 2008

Desesperada, perdida en medio de la montaña, un día quiso pescar y ya no intentó hacer otra cosa. Tenía una vara de madera resistente, unos metros de hilo y un anzuelo. Como no tenía boya, agregó en su lugar un poema y arrojó todo al agua. El poema flotaba por el río señalando la ubicación de todo el sistema de pesca. Por estar helada el agua, los escamosos estaban en las profundidades acurrucados, con bufandas de lana abrigándoles las agallas.
Pensó /qué hago/ por un momento, mostrando no poco desconsuelo /tengo que comer/ pensó. Entonces sacó el poema de donde lo había colocado, ató su vida al hilo y volvió a lanzar al agua el invento. Su pesada vida evidentemente hundió el aparejo. Aún así los peces se negaron a morder el anzuelo.
Yo miraba a escondidas cómo intentaba, e intentaba capturarlos para alimentarse, veía cómo adelgaza, cómo sus huesos salían del anonimato y los peces no mordían el anzuelo.
Diré que su vida no logró alimentarla. Esa tarde ella dejó de existir, mientras yo veía su vida hundirse.

3 comentarios:

pio dijo...

Franco, Franco, Franco.

Matías dijo...

asombroso primo, te juro que nunca se me hubiera ocurrido, ya desde un principio, salir a pesacar equipado de un poema...

Malkowsky dijo...

pero ¡que propicia la situacion! sin embargo.
para hilvanar tormentos, mirando el brillo del sol en el agua, de solo imaginar entro en trance
saludos!

 

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