sábado, 3 de abril de 2010

Antes de contarlo podría disculparme, pero éste plantearme si hacerlo o no quita fuerza a la disculpa, y sin fuerza, sin ímpetu, sin un rastro de arrojo con la mirada clausurada y la energía puesta hacia adelante, ya casi nada me importa.

Las fechas están tan cerca que nadie podría construir un calendario tan enorme como para que no quepan en la mano de un recién nacido vivo, mientras que las carnes: al revés. Como repartidas para que no puedan ser recolectadas por nada ni nadie en el lapso de una sola vida, como una burla a toda la jaula de la inmanencia. Lo que duele es confundir por momentos esa distribución y pensar que el contacto es posible sólo si se abarca una franja temporal imposible de cubrir. Las manos se adhieren a los pies que desde atrás pisan la cabeza atada a los talones y dejan al cuerpo enroscado en la mayor indefensión, la del rostro que no puede esconderse.

Ezra Pound nos alertó sobre un "caso" que "no ofrece ningún adorno para la diadema de las musas". Veo en su insignificancia, en su incapacidad de decorar lo que ya es decorado, lo mismo que pasaría si siguiera empujando las palabras en este cuerpo. Quede así terminado.

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