sábado, 6 de marzo de 2010

Viajaban varias personas. Era un recorrido en el que sacudirse empezaba por el costo del boleto.
Hubo el que dijo: "Todo esto, como una lagartija en el aire con la membrana que va de pata a pata estirada cual lombriz seca en un palito, con el mundo volando abajo de ella".
Contestaron varios: "¡Oh!"
Otro vino y pataleó: "Es posible, el amor es posible. Cualquiera es pistolero cuando le tocan la familia, cualquiera es su propio psicólogo o científico prominente. No se me ocurre otro amor" -y se le pusieron los dedos de punta para que lo cargaran de anillos de desprecio.
Muchos: "Reciba nuestros anillos, y métase a nuestros libros como ejemplo de cobardía, en el diccionario preñado". Puse uno de los veinte y más. "Hay otro, usted se queda corto". Chán, chán.
El tercero, con un talón de Aquiles adentro del costillar: "Hay en la vida algunos que se despiertan como si a la suya la hubieran alquilado. ¿Conocen al inquilino promedio? No quiere mejorar nada de la casa sin que le paguen. Se inclina ante la ruina para no alabar el sol de la reforma. Nunca se lo vio moldeando su presente como si fuera de plastilina hermosa."
El coro, que cantaba atrás del jarrón de la mesa, y coqueteaba con el silencio a cambio de dos profundidades: "¡Bienvenidos, entendedores!"
Caída la noche, todos los viajeros naufragaron. Llegan sus gritos a mí cada vez que hay una gotera.

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