martes, 23 de marzo de 2010

Llegar tarde no es un mérito por el que nadie (salvo un mentiroso cobarde con intenciones de apropiarse de loas ajenas, o un perezoso con iguales propósitos) se pondría una condecoración a la altura del segundo botón debajo del cuello de la camisa, no. Hay algo que tal vez pueda considerarse peor que eso, y paso a definirlo (ya que me clavaron a estudiar Teoría del conocimiento, y esos tipos son terribles sadomasoquistas adictos al bondage lingüístico, e, intuyo, ésta actividad no debe figurar en ninguna lista de parafilias, confeccionada por ellos mismos).
Llamaremos "rellegar tarde" a aquella situación generadora de nostalgia, la que antecede a éste desmoronamiento, caracterizada por el movimiento anímico o corporal tendiente a un objeto que existió (y, traductores, traduzcan lo más literalmente que puedan el sentido transmitido por la conjugación) y que en el presente ya no lo hace.
Como los señores también exigen ejemplos, y los brindan, hasta mi hartazgo y, tengo fé (sí, de la que execran), en que más gente se harta. El caso paradigmático (sí, hola, Kuhn, ¿qué tal la muerte? ¿no falsaste el óbito?) será:
"Lloró cuando notó que no podría volver al lugar que no existía más."

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