Agarraba los sueños por las puntas y los ataba a una mesa clara, musical como un silencio observado. Un corte preciso del lado izquierdo le permitía entrar en ellos.
Tras tomarse unos minutos intentando pintar en el lienzo de su recuerdo con tintura indeleble aquella fantasía, dejaba una marca diminuta en ese reverso de los sueños a los que sólo él entraba, bajo la condición de tomarlos por asalto, con la violencia de los gemidos de la noche agonizante al amanecer, no para dejar constancia de su paso, sino para que sus sueños cambiaran apenas, para conservarlos sutilmente alterados, como si perdieran una pluma en el ala.
Una vez perpetuado ese crimen, sonreía -nunca pudo no sonreir después de hacer eso.
Ya podía dormir sabiendo que, al menos, sería otro el color de los zapatos de la sombra de su fantasma.
1274 - Sobre la desidia
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¿Cuántas veces leí o dije que había que escribir todos los días y cuántas
veces preferí hacer otra cosa? El problema con el compromiso respecto a la
escrit...
Hace 7 años
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