domingo, 21 de septiembre de 2014

Ella escribía una autobiografía engañosa,
mezclaba su vida con otra y así creaba un mundo
que no existe y del cual depende el mío.
Con miedo y arrojo a la vez
usaba nombres de países imperiales
para referirse a sus afectos. Quien leía
esas páginas y allí se encontraba encerrado
iba proclamándose amo y señor de alguna
de esas tierras. El poema era entonces
un gesto de amor. Quien aparecía
y luego atravesaba la lectura podía ser
el semi dios de una extensión que duraba
cuanto persistiera la burbuja que ella soplaba
con sus manos, con su tinta frágil,
en intención de devolver algo de todo aquello
que impulsó la escritura.

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