jueves, 14 de marzo de 2013

1
El ansia de la función anunciada durante tres mil setecientos cuarenta y nueve días. Los actores, tanto más ancianos ya, suben a las tablas y apenas si se escuchan sus pasos. Tanta expectativa sube la presión a niveles en que todo podría volar por los aires en cualquier momento. Pas pos pas pos, suben las escaleras. Al levantar el telón de ondas bordó, no hay nadie en frente que salude el evento y el elenco entero muere de súbito.

2
El campo. Tres mil setecientos cuarenta y nueve personas subidas al cerro más alto del pueblo pendientes de la luz. El último rayo que marca la división entre la poesía y la angustia, el amanecer y el resto del día, es el invitado estrella y nadie ahorra temblores en su espera. Entre el penúltimo haz de luz y la noche se extiende una nube infernal que marca el fin de los tiempos. Nadie querría vivir así. Puesto que estaban reunidos, aprovechan el momento y se desbarrancan a sí mismos.

3
¡Emborrachamos al loro! Entre malvones que son el tapado de piel de este jardín mojado, mojado, mojado, el lilium punzó se rehúsa. "¡Arriba, arriba!", canta el ave, y no. Entrenamos un ave para erguir al lilium punzó, y no. Si sabe hablar, sabe entender. Está advertida: de no lograrlo, no vivirá. Pasan tres mil setecientas cuarenta y nueve noches hasta que la nuestra paciencia ya no puede estirarse. Los tensores del alambrado han dado una temerosa vuelta extra que dañó el delicado metal hasta el fin de su fatiga. En el latigazo con que se sacude es muerto el loro. Lloramos junto al límite borrado de nuestra tierra que es maldita por las sales de cada gota infectada que se derrama en la bronca.

4
La intemperie sin fin busca refugio en el río. "Vení, te voy a mostrar mi cascada". "Vení, en esta profundidad no vas a hacer pie". "Vení, cuando te hunda te vas a quedar sin aire". Pero el cauce se llena de arena, la cascada es un invento humano que se vuelve ridículo en medio del paisaje, y hace tres mil setecientos cuarenta y nueve días que no llueve. ¿Quién lo diría? Justo entonces me morí y te dejé en el sitio al que yo quería volver, pero que ya no existía más. Vuelvo irreconocible.

5
"Vas a ver cómo el cielo estrellado deja de ser cielo y ante tu cuerpo se convierte en una sola estrella que se te acerca, te quema entera y te devuelve sin marcas por fuera de la piel". Tres mil setecientos cuarenta y nueve intentos y nada. Nada de nada. De nada. Nada. Nada. Una cúpula espantosa, monótona, sin brillo. Te cuesta tanto ver esa pintura de la falta que... te morís. Deposito mi cuerpo al lado del tuyo y empiezo a rezar. Si Dios viniera, él te poseería y me haría muerto. El misterio de la religión sumaría entonces un capítulo, el último. Las campanadas de la hora del juicio no toman por sorpresa a ningún ente siniestro.

jueves, 21 de febrero de 2013

Dijimos que en el amor, si no nos planteábamos un objetivo a seguir, no lograríamos nada. Con el tiempo fuimos viendo cómo se nos hacía imposible realizar cualquier plan. ¿Quién podría decir que no logramos, sin embargo, algo? Pudimos arrancarle, como ladrones inexpertos, el pésimo sabor del fracaso al surtidor de la apatía. Teníamos una historia.

lunes, 28 de enero de 2013

Deseo el silencio. Pero no por desprecio del ruido. Es que solamente alguien de incuestionable virtud sigilosa puede escapar en medio de la noche y convertirse en adúltero, en transgresor criminal que vuelva con la boca llena de sangre y propicie el beso del delito con la excusa de no haber sido percibido. Tu beso culpable, viajante de la noche, tu abrazo con restos de otro cuerpo sensibilizándome con las astillas de la prohibición violada. Deseo la huida, el horizonte de la pérdida no puede faltar, porque ¿qué valor encontramos en quien no tiene otra opción más que quedarse? La lujuria que se mantenga contenida en su recipiente, ¿quién, por Dios, quién, la quiere?

miércoles, 23 de enero de 2013

El emperador dice: quiero pasto, quiero ovejas, dientes de león, quiero torre y quiero viento. Tiene ovejas, pasto, torre y verano con viento. 
-Dientes de león no encontramos, señor. En esta tierra los leones son invisibles y ningún ciego sobrevive al desbarranco, nadie que divise al león y lo señale con un palo, nadie que elija colmillo, molar, nadie que ponga en una bandeja su mandíbula.
El emperador:
-Flores, quiero esas flores. Los leones de verdad no existen más. Ya los quise antes.
-Tampoco quedan flores. Ya las quiso antes.
Subido a la terraza, entre las cornisas de ladrillones, decide matar ovejas.
-Sí, señor.
La lana podrida, vista desde arriba, forma sus pequeñas flores de campo, volando, toda para él.

jueves, 17 de enero de 2013

¿Qué condena pueden dar por nuestros pecados a los que ya nacimos malditos? ¿Somos para siempre?
 

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